Paranoia

Salía tarde del trabajo, sola en la espera de un taxi una oscura noche de enero. Las gotas de lluvia recorrían su rostro cuando empezó a sentir en sus entrañas, en lo más profundo de su estómago, una sensación de vacío, casi una náusea; un hormigueo le recorrió el cuerpo y sintió la profunda necesidad de huir de aquella esquina. Caminó rápidamente a cualquier lugar, alerta a lo que ella sentía que la seguía. Su respiración empezó a acelerarse con cada paso. No era la primera vez que tenía esa sensación. Fueron muchas las noches que, aun estando acompañada, sentía una presencia que la hacía sentir extraña, incómoda, observada: no la dejaba ser ella misma, la obligaba a actuar sin saber quién era su espectador. Un peso en sus hombros, un susto inexplicable, la sensación de vacío la hacían huir, siempre huir de aquello que no reconocía. El eco de sus pasos apresurados la aturdían, su corazón exaltado le gritaba ¡Sal de aquí! Desconcertada, extraviada en su propio miedo, se encontró sin rumbo fijo perdida en la soledad de la ciudad, sin un transeúnte cerca, sin un conductor solitario… nadie. Temerosa volteaba de cuando en cuando constatando que estaba sola en aquella calle, la excitación no disminuía con cada paso, con cada segundo crecía, crecía. Azorada siguió su camino tratando de calmar sus ansias, por todos los medios buscaba en su memoria un momento de paz, cuando de súbito una tosca y enorme mano selló su boca impidiendo que saliera de ella un grito.

Marian Gobet

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